ADRIÁN CORDELLAT – 16 SEPTIEMBRE 2019 – EL PAÍS
Adecuar las horas de aprendizaje al ritmo cronobiológico aumenta en al menos un punto el rendimiento escolar y disminuye los problemas de conducta.
A las ocho de la mañana, cada día del curso académico, miles de preadolescentes y adolescentes españoles matriculados en ESO y bachillerato entran en las aulas de los institutos. Lo hacen somnolientos. Aún medio aletargados, más dormidos que despiertos. Su jornada continua se extenderá como mínimo hasta las dos y media de la tarde, por lo que en el mejor de los casos no comerán hasta las tres. Así ha sido durante mucho tiempo. Y así seguirá siendo este curso escolar en la mayor parte de España. El problema, señalan los expertos, es que estos horarios van en contra del reloj biológico de los adolescentes, lo que significa que viven en un jet lag permanente.
“Cuando los chavales hacen horario de ocho de la mañana a dos y media de la tarde, muchos de ellos comen a las tres o tres y media de la tarde, de forma que se retrasan las horas de estudio, la merienda, la cena, el inicio del sueño… Es decir, producimos un jet lag escolar de manera continua”, reflexiona Gonzalo Pin, pediatra en el hospital Quirón Salud de Valencia y miembro de la Sociedad Española de Sueño, que lleva tiempo reivindicando la racionalización de los horarios escolares.
Esta reivindicación es especialmente importante en el caso de los alumnos de últimos cursos de ESO y bachillerato, ya que en la adolescencia se produce lo que se conoce como retraso de fase, un retraso del reloj biológico que provoca que los adolescentes tengan tendencia a dormirse más tarde. “Cada vez tenemos más datos que destacan los beneficios de adecuar los horarios escolares a los horarios biológicos, pero estamos haciendo justo lo contrario de lo que dice la biología. Normalmente, el estudiante en edad escolar entra a las nueve de la mañana y, sin embargo, cuando llega la adolescencia le hacemos entrar una hora más pronto, que es justo lo contrario de lo que debería pasar. Los adolescentes deberían entrar a las aulas incluso más tarde que los alumnos de primaria”, afirma Pin.
Beneficios de retrasar el horario de entrada a los institutos
El desequilibrio entre los horarios biológicos de los adolescentes y la hora ambiental tiene consecuencias a muchos niveles. En primera instancia, en lo académico, ya que, como argumenta Gonzalo Pin, el nivel de capacidad de atención y de aprendizaje de un adolescente a las ocho de la mañana “es mínimo”. Así lo ha demostrado el estudio europeo SHASTU (Sleep Habits in Student’s Performance) sobre la influencia de los hábitos del sueño en el rendimiento escolar y el estado emocional del alumnado entre los tres y los 18 años, dirigido por el propio Pin. “Nuestra investigación ha demostrado que adecuar los horarios de aprendizaje al ritmo cronobiológico aumenta en al menos un punto el rendimiento escolar, especialmente en los niños que tenían previamente un peor rendimiento; y disminuye los problemas de conducta en el aula, de forma que el tiempo de aprendizaje es mucho más eficiente”, subraya el experto.
No son los únicos beneficios que tendría el retraso del horario lectivo. Cada vez más estudios demuestran que la existencia de horarios escolares excesivamente tempranos genera en los estudiantes “un déficit crónico de sueño”. Este déficit, según Gonzalo Pin, tiene una “relación directa” con alteraciones en la conexión entre la parte frontal del cerebro, que es donde residen las funciones ejecutivas, y la parte de la amígdala límbica, que es donde residen los sentimientos, “de forma que aumentan las dificultades de orden mental y los casos de depresión y ansiedad”.
Adecuar los horarios escolares a los horarios cronobiológicos supondría, para el pediatra, “mejorar la calidad de vida de los estudiantes”. Así lo demuestran múltiples estudios hechos en países como Estados Unidos, Alemania o Israel. Según los resultados de los mismos, los adolescentes dedican al sueño aproximadamente el 88% del tiempo extra que ganan por la mañana al retrasar la hora de inicio de las clases. Así lo certifica también un estudio llevado a cabo por científicos de la División de Neurología del Hospital de Niños de Boston y publicado en la revista Sleep Health. Según el mismo, el 78,4% de los preadolescentes y el 57,2% de los adolescentes que formaron parte del estudio tenían excesiva somnolencia durante el horario lectivo. El retraso de 50 minutos en el inicio de las clases redujo esa somnolencia, respectivamente, en un 4,8% y un 8,5%, ya que los jóvenes durmieron una media de 30 minutos más en las noches escolares.
Horarios saludables
En Cataluña se han inaugurado en este nuevo curso académico 25 institutos escuela. En todos ellos los alumnos de ESO comerán en el cole entre la una y las dos de la tarde y no en casa como lo hacían hasta ahora al acabar la jornada (sobre las tres de la tarde). Con esta modificación de los tiempos el Gobierno catalán empieza a asumir las recomendaciones del Pacte per a la reforma horaria de Catalunya, que la Fundación Bofill aplicó a la educación en su informe Educación a la hora. En el mismo, se insiste mucho en la necesidad de tener en cuenta las evidencias sobre los ritmos cronobiológicos y los ciclos de atención y fatiga según la edad del alumnado ya que, indican, “se ha demostrado que unos horarios más saludables desde el punto de vista físico, psíquico y emocional contribuyen a la motivación y disposición por el aprendizaje de cualquier niño y adolescente”.
Para Gonzalo Pin esta medida debería implantarse en todas las aulas de ESO y bachillerato de España. En primer lugar, en su opinión, porque los comedores escolares nos hacen más igualitarios a la hora de comer y favorecen la oportunidad de utilizar la hora de la comida “como un aula de enseñanza sobre la importancia de la nutrición”. En segunda instancia, y más importante si cabe, porque adecuar los horarios de comida y sueño a los ritmos biológicos disminuye las cronodisrupciones, que están detrás de la tendencia a la obesidad y a la diabetes tipo 2. “Con la jornada continua los adolescentes comen muy tarde, en un horario en el que aumenta la resistencia a la insulina y las alteraciones en el equilibrio de las grasas. Si a eso sumamos que, además, comen tarde con un déficit crónico de sueño, esto puede provocar alteraciones metabólicas que predisponen a la obesidad”, concluye el experto.