S. F.  – 04 FEB 2020 – ABC

No todos los padres tienen claro cómo hacerlo sin resultar demasiado intrusivos ni demasiado permisivos. Un estilo de supervisión parental que combine el establecimiento de límites con la promoción de autonomía puede prevenir problemas de conducta y emocionales, e incluso mejorar el bienestar de los hijos adolescentes.

Esta es una de las principales conclusiones del estudio científico en el que ha participado Ana Rodríguez-Meirinhos, doctora en Psicología de la Universidad Loyola, junto a otros investigadores de la Universidad de Sevilla y de la Universidad de Gante.

El trabajo, titulado «When is Parental Monitoring Effective? A Person-centered Analysis of the Role of Autonomy-supportive and Psychologically Controlling Parenting in Referred and Non-referred Adolescents», ha sido publicado en la revista Journal of Youth and Adolescence y aborda asuntos relacionados con la supervisión parental en la adolescencia.

Para desarrollar el estudio se han realizado encuestas a una muestra de más de mil chicos y chicas adolescentes procedentes de diversos centros de Educación Secundaria de las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva.

¿Cuál es el estilo más adecuado para supervisar a un hijo adolescente?

Cuando llega la adolescencia, madres y padres habitualmente se preguntan sobre cuál es la mejor manera de controlar lo que hacen sus hijos menores cuando están fuera de casa. La mayoría de ellos son conscientes de la necesidad de poner límites, supervisar el cumplimiento de las normas y saber qué hacen, a dónde van y con quién se relacionan sus hijos adolescentes. Sin embargo, no todos tienen claro cómo hacerlo sin resultar demasiado intrusivos ni demasiado permisivos.

Según revelan los datos de esta investigación, padres y madres pueden usar diferentes estilos para supervisar el comportamiento de los chicos y chicas adolescentes, algunos más y otros menos efectivos para promover el buen ajuste comportamental y emocional. Al respecto, una de las autoras del trabajo, Ana Rodríguez-Meirinhos, recuerda que la clave no está en las estrategias concretas que padres y madres utilizan para supervisar a sus hijos (por ejemplo, poner más o menos normas, hacer más o menos preguntas sobre cómo se comportan, dónde van o con quién salen en su tiempo libre…), sino en cómo las implementan.

Estas evidencias han arrojado datos relevantes sobre los estilos de supervisión más efectivos para reducir problemas y promover el bienestar en la adolescencia. Al mismo tiempo, también han delimitado algunos métodos que no son recomendables y deberían evitarse.

Un discurso basado en dar más autonomía mejora las emociones

Uno de los estilos más positivos y beneficiosos para los adolescentes resulta de la combinación de las prácticas de supervisión con la promoción de la autonomía. Esto implica que padres y madres establecen límites y exigen el cumplimiento de las obligaciones, pero manteniendo una comunicación abierta con los hijos. Es decir, un diálogo para explicarles la importancia de las normas, ofrecerles alternativas y tener en cuenta la opinión de los adolescentes.

En este contexto, es probable que los jóvenes se sientan más escuchados, reconocidos y valorados por sus progenitores. Ello puede favorecer que chicos y chicas se muestren más comunicativos con sus padres y por iniciativa propia les revelen más información sobre lo que hacen cuando están fuera de casa. A su vez, en este clima de mayor confianza, también es más probable que los jóvenes consideren como legítima la autoridad parental y se muestren más dispuestos a aceptar las normas, lo que incidirá positivamente en la eficacia de la supervisión.

Evitar el enfoque de control y la manipulación de las emociones

Nada recomendable, sin embargo, resulta la combinación de supervisión y control psicológico. Así, los autores han comprobado que cuando las reglas se imponen sin tener en cuenta la opinión de los hijos y se utilizan estrategias de chantaje emocional para presionarles a que las cumplan, es probable que la supervisión sea menos efectiva y genere resistencias e incluso fracasos.

Probablemente, las prácticas intrusivas y de manipulación transmiten una sensación de desconfianza que lleva a los jóvenes a percibir la supervisión como una intromisión en su intimidad. A su vez, esto puede favorecer que se sientan más presionados, legitimen menos la autoridad parental y tiendan a mostrar más conductas desafiantes y problemas emocionales.

Recomendaciones para padres y madres

Recomendaciones para padres y madres

A partir de estos resultados se proponen algunas orientaciones que pueden guiar a padres y madres en la tarea de supervisar el comportamiento de sus hijos adolescentes. Como recomendación general los autores recuerdan que los beneficios de la supervisión no dependen simplemente de que los padres y las madres establezcan normas y se aseguren de que se están cumpliendo. También es importante el estilo con que supervisan a sus hijos para que se promueva su autonomía y se apoye el desarrollo de competencias.

¿Qué deben hacer?

Definir y establecer las normas familiares de manera dialogada, es decir, teniendo en cuenta la opinión de los adolescentes, escuchado sus propuestas, ofreciendo alternativas y dándoles capacidad de elección. De este modo es posible que puedan valorar en mayor medida la importancia de las reglas y comprometerse con su cumplimiento.

Y, ¿qué deben evitar?

Recurrir al uso de estrategias basadas en la manipulación o el chantaje emocional para presionar a los hijos a cumplir con las expectativas de sus padres. Esto significa evitar el uso de expresiones como «me has fallado», «un buen hijo no se comportaría así”, «me estás haciendo pasarlo fatal», etc. Es mucho más positivo que los adolescentes cumplan las normas porque entienden y comprenden su importancia, a que lo hagan para evitar decepcionar a sus padres.

Al preguntar por su comportamiento fuera de casa, evitar los interrogatorios y, en su lugar, mantener una conversación tranquila en la que los adolescentes sientan que sus padres se muestran verdaderamente interesados en ellos y no solo en vigilar su comportamiento.

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