ANA TORRES MENÁRGUEZ – 28 MAYO 2018 – EL PAÍS

El abuso de las nuevas tecnologías es un problema creciente. Las consecuencias pueden ser el aislamiento social, incremento de la agresividad y fracaso escolar.

Los problemas en la familia de Rogelio Fernández empezaron cuando su hijo cumplió ocho años. Se dieron cuenta de que el niño era adicto al móvil. «Siempre había sido tranquilo y empezó a comportarse de un modo diferente. Cuando le quitábamos el smartphone después de una hora se enfadaba, salía corriendo hacia su habitación y cerraba la puerta», cuenta el padre. Un día se lo encontró gritando y llorando, frustrado porque no había conseguido pasarse una pantalla de un juego. «¿Estamos haciendo algo mal? ¿Es este el comienzo de algo más grave?», se preguntaron los padres. Decidieron llamar a una línea de atención telefónica del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE) y, siguiendo las indicaciones de un psicólogo, la situación mejoró apenas un mes después.

No existe ninguna recomendación oficial sobre cuál es la edad idónea para comenzar a usar dispositivos móviles y hacer uso de Internet. El único consenso compartido por las autoridades y los expertos consultados es el consejo de la Academia Americana de Pediatría: los niños menores de dos años no deben usar tabletas ni móviles. «No hay evidencias científicas de cómo afecta a su desarrollo neuronal y por eso aconsejan evitarlo», explica Manuel Ransán, coordinador del programa Internet Segura for Kids, lanzado por el INCIBE, dependiente del Ministerio de Energía y Agenda Digital.

Las familias que deciden ser tajantes y prohibir a sus hijos el uso del móvil se enfrentan a una duda. ¿Están entorpeciendo su desarrollo? ¿Tendrá su hijo menos habilidades digitales que el resto de los niños? «El cerebro es plástico y siempre puede aprender. Las tabletas pueden llegar más tarde», señala Anna Carballo, doctora en Neurociencias por la Universidad Autónoma de Barcelona. El motivo fundamental, explica, es que las pantallas son pasivas y no aportan al niño lo que necesita.

«Durante los dos primeros años de vida, está madurando la corteza sensorial y motriz del cerebro y es importante una estimulación rica y diversa». Desde el punto de vista de la motricidad, el niño necesita movimiento. Desde el sensorial, debe estar en contacto con diferentes tipos de materiales, texturas o temperaturas. Además, las pantallas producen una gratificación inmediata, un posible desencadenante de adicción durante las etapas en las que el cerebro es más vulnerable. Otro de los grandes inconvenientes es que «el cerebro está diseñado para aprender con interacción social y los dispositivos móviles les aislan», recalca Carballo, profesora del máster en dificultades de aprendizaje de la Universitat Oberta de Catalunya.

Durante la fase adolescente, el abuso de las nuevas tecnologías es un problema creciente. Las consecuencias pueden ser el aislamiento social, incremento de la agresividad y fracaso escolar, entre otros. Para atajarlo el INCIBE lanzó el pasado septiembre un servicio de atención telefónica para ayudar a familias y centros educativos. Desde entonces, han recibido más de 1.000 consultas y los conflictos más frecuentes son el uso excesivo y otros episodios más graves como el sexting(distribución de fotografías o vídeos en situaciones comprometidas sin el consentimiento del afectado).

A familias como la de Rogelio Fernández ese servicio telefónico gratuito (900 116 117) les ha ayudado. Habían caído en la rutina del castigo y no les servía de nada. Un psicólogo habló con el niño por teléfono, al que advirtió de los peligros de Internet. Pactaron unas nuevas normas de uso y horarios y empezó a gestionar mejor sus estados de ánimo. «Mi mujer y yo nos empezamos a preocupar cuando llegaba la época de las comuniones y cada vez se regalaban más móviles a niños de ocho y nueve años», cuenta el padre. En uno de los banquetes, les llamó la atención una mesa de niños muy silenciosa. Se acercaron y vieron a una docena de ellos sin hablar, cada uno con su aparato.

Lo llaman adicción sin sustancia. El perfil mayoritario es de chico estudiante de entre 16 y 17 años. El dato es de la Asociación Proyecto Hombre, dedicada fundamentalmente a la prevención y tratamiento de las drogodependencias que desde 2013 ofrece un programa para jóvenes adictos a las TIC. «En España no existen recursos y muy poca gente sabe que disponemos de esta ayuda. En la mayoría de los casos son jóvenes que empiezan a aislarse cuando les intentan poner límites», explica Elena Presencio, directora de la asociación. Según dos de sus estudios, en los que participaron cerca de 1.500 jóvenes españoles, el 74% de los adolescentes afirma haber tenido su primer móvil entre los 10 y los 14 años, y un 20% antes de los 10. El 84% reconoce tener acceso a Internet desde su móvil y las aplicaciones más usadas son Whatsapp (86,3%), Instagram(58,9%) y YouTube (48,4%).

Según sus conclusiones, las principales alteraciones en el comportamiento por abuso de las TIC son el abandono de tareas escolares y domésticas, apatía, pasividad por el entorno, desorden de horarios, alteración del sueño y conflictividad familiar. En Proyecto Hombre proporcionan ayuda a unos 100 jóvenes al año. «La etapa evolutiva en la que están puede ser un factor de riesgo: buscan emociones fuertes y fabulan con identidades nuevas en la red», señala Esther Rubio, psicóloga de Proyecto Hombre en Madrid. La solución es limitar los tiempos de consumo. «No podemos llegar a la abstinencia completa porque necesitan estar conectados en su vida cotidiana», añade.

Las redes sociales tampoco lo ponen fácil. Aunque algunas como Whatsapp establecen en 16 la edad mínima para el uso (14 en el caso de Facebook), «los mecanismos de verificación de la edad son inexistentes», apunta Manuel Ransán. Por eso, es imprescindible el control de las familias. El Reglamento General de Protección de Datos, una normativa europea que entró en vigor el pasado 25 de mayo, fija en 16 la edad para dar consentimiento para el tratamiento de datos personales, pero algunos estados como España la reducen a 14. Otros, como Reino Unido, a 13.

En países como Francia, la adicción de los adolescentes a las tecnologías se ha declarado un problema de salud pública. El pasado diciembre el ministro de educación Jean- Michael Blanquer anunció su intención de prohibir el uso de móviles durante los recreos y el comedor escolar en los colegios franceses -en los que ya se prohibió el su uso en las aulas-, así como la necesidad de que los menores de 16 años se registren en redes sociales como Facebook con una autorización de sus padres.

Algunas tecnológicas ya han reconocido la magnitud del problema. Googleanunció el pasado mayo en su conferencia anual de desarrolladores I/O el lanzamiento de la plataforma Digital Wellbeing (en español, bienestar digital), que incluye nuevas funcionalidades en Android para ayudar a los usuarios a controlar el tiempo que pasan en las diferentes Apps y activar alertas para tomar descansos. Tras reconocer que el 80% de los padres en Estados Unidos están preocupados por el consumo que sus hijos hacen de la tecnología -resultado de una de sus encuestas-, han reforzado su aplicación Family Link, que permite a las familias gestionar las apps que usan sus hijos, supervisar el tiempo que pasan delante de la pantalla o bloquear de forma remota su dispositivo.

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LA GUÍA PARA EL CONTROL DE LAS FAMILIAS

En la guía de mediación parental del programa Internet Segura for Kidslanzado por el INCIBE, las recomendaciones para que las familias ejerzan un control efectivo se dividen por tramos de edad. De los tres a los cinco años es el primer contacto con la tecnología. Se tienen que asegurar de que los contenidos son apropiados a su edad. De lo contrario, podría tener un impacto importante en el desarrollo emocional del niño. «Por ejemplo, la pornografía puede distorsionar los roles sexuales en el futuro o generar complejos. El visionado de contenidos violentos, como una decapitación, les puede generar pesadillas durante semanas hasta el punto de tener que acudir a un especialista», advierte Manuel Ransán, coordinador del programa.

Entre los seis y los nueve años es la etapa de la búsqueda de la autonomía. Es imprescindible el control parental: la supervisión, el acompañamiento y las normas de uso. «El grado de intensidad dependerá de la madurez del menor y de los controles que requiera. Los límites de tiempo irán en función del objetivo; si es un trabajo de clase, seis horas está bien. Navegar sin rumbo por Internet, viendo bromas o memes, no. Importa la calidad de lo que hace», destaca Ransán.

De los 10 a los 13 años es cuando se abren a Internet. «Hay que tener mucha precaución con las redes sociales. Asegurarse de que el menor tiene habilidades para solucionar un conflicto o que sabe velar por su intimidad y respeta los derechos de terceros». Tiene que entender cómo funciona Internet y las redes sociales y qué intereses puede haber detrás. «La seguridad 100% es imposible, pero el consumo responsable se puede enseñar», remacha Ransán.

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