ANA DEL BARRIO​ – 02 DIC 2019 – EL MUNDO

La autora de ‘Educar en el asombro’ y ‘Educar en la realidad’ es una de las voces más respetadas en el mundo de la educación. Catherine L’Ecuyer lleva años alertando del peligro de las pantallas en los niños y de la enorme factura que vamos a pagar.​

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PREGUNTA: ¿Qué es lo que hacemos mal los padres en la actualidad?
RESPUESTA: Habernos dejado enredar por la industria del consejo empaquetado. Hemos de recuperar la sensibilidad que nos permite sintonizar con las necesidades reales de nuestros hijos, para comprenderlos. Muchos padres han abdicado de sus responsabilidades en manos de gurús educativos -en muchos casos patrocinados por industrias ajenas al ámbito educativo – que les dictan continuamente lo que han de hacer para ser «padres aceptables». No existen los padres perfectos, esa utopía sólo crea frustración.

P: Eres muy crítica con «la industria del consejo empaquetado».
R: Cuando dices a un padre qué hacer o no hacer sin entrar en la razón de ser de la educación, le tratas como un idiota. Es como enseñar a alguien a navegar regalándole un timón sin mapa. Dale el mapa con una brújula y deja que el viento sople.

P: ¿Cuál es el consejo que no soportas?
R: «Tranquila, mujer». Normalmente, lo dicen hombres que carecen de sensibilidad educativa cuando se dirigen a las madres atentas y pendientes, retratándolas como unas histéricas. Por desgracia, hay muchos de esos hombres en puestos directivos en el ámbito educativo y sé que muchas madres sufren de ese paternalismo barato en el colegio de sus hijos.

P: Dime cual es el principal mito educativo que hay que deshechar.
R: El del nativo digital. No podemos negar que los jóvenes han nacido en la era digital, pero hay estudios que confirman que eso no les hace más inteligentes o más capaces de multitarea tecnológica. Tampoco aprenden mejor a través de la tecnología. Por el contrario, está probado que la llamada «generación Google» depende demasiado de los motores de búsqueda y carece de las competencias críticas y analíticas para poder entender el valor de la información en la web. La alfabetización digital sin contexto, es mantequilla sin pan.

P: Los niños cada vez juegan menos.
R: Eso pasa por comprar juguetes con botones y pilas. Es el niño que ha de ponerse en marcha a través del juego, no el juguete a través del niño.

P: Tampoco se caen al suelo ni tienen heridas. No les dejamos.
R: La sobreprotección está a la orden del día. Pero, a veces, confundimos sobreprotección con ejercer el papel que nos toca, como padre o madre. Tener miedo de que una flor les provoque una reacción alérgica o no dejar que se ensucien en un charco de agua es sobreprotección; dar el pecho o atrasar el uso de las tecnologías no lo es. Ceder a los caprichos u obsesionarse con controlar hasta el último detalle no es lo mismo que darles lo que pide su naturaleza.

P: ¿Por qué nos hemos empeñado en encerrarles en parques de bolas?
R: Quizás es una combinación de falta de tiempo, de comodidad y de afán de control. Pero, luego, les damos un smartphone…

P: ¿Cómo podemos frenar esta hiperpaternidad protectora tan frecuente?
R: Es importante cuidar el entorno de nuestros hijos. Pero una vez están en ese entorno «preparado», hay que dejarles explorarlo libremente. Tendemos a hacer justamente lo contrario: no cuidamos el entorno, y, después, pretendemos controlar cada uno de sus pasos.

P: ¿Les estamos domesticando y no les dejamos que sean salvajes?
R: No soy rousseauniana. Creo como Montessori en el papel de la educación y en la importancia de la transmisión de la cultura. Pero, esa educación debe tener en cuenta las especificidades de la niñez. El adulto se obsesiona con la productividad. En cambio, la obra maestra del niño es interna. ¿Por qué el niño es capaz de subir y bajar 20 veces las escaleras? Está ocupado en «hacerse a sí mismo».

P: Otra de las obsesiones es que no se aburran ni un minuto.
R: Aburrirse es «desear desear». El asombro es el deseo de saber, eso convierte al aburrimiento en el preámbulo por excelencia del asombro. Es tiempo de dejar de pensar en la paternidad como una especie de proveedor de experiencias nuevas y sensacionales. Los padres no somos animadores de ludoteca, proveedores de experiencias nuevas para una infancia maravillosa. La niñez es, de por sí, mágica.

P: ¿El uso de las tecnologías se nos ha ido de las manos?
R: «Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca». Los niños aprenden a través de las relaciones interpersonales y de las experiencias sensoriales.

P: ¿Qué le están haciendo los móviles al cerebro de nuestros hijos?
R: Cuando pedimos al cerebro que haga cosas para las que no está preparado para hacer, como por ejemplo la multitarea continua, pasa factura. El cerebro es plástico, pero no un chicle.

P: No hay ningún estudio que apoye la introducción de las tecnologías en la infancia.
R: Eso dicen las principales asociaciones pediátricas, pero pocos padres lo saben porque la industria tecnológica tiene medios infinitos para difundir eslóganes que fomentan su uso.

P: ¿Por ejemplo?
R: Que la educación en el uso responsable se hace con el dispositivo en mano. Dar una responsabilidad a alguien que no está preparado para asumirla es traicionar el sentido mismo de la noción de libertad. La mejor preparación para el mundo online es el mundo offline.

P: ¿A qué edad se debe empezar?
R: Lo más tarde posible. Si nuestros hijos son ágiles con el smartphone, no es porque son inteligentes, es porque lo es la persona que lo ha diseñado.

P: Sostienes que ya no es un tema de educación, sino de salud. ¿Estamos poniendo en peligro la salud de los niños?
R: Yo creo que la factura va a ser muy cara: inatención, hiperactividad, adicciones a la velocidad y a la pornografía, pérdida del sentido de relevancia, déficit de realidad y la lista sigue. Pero la sociedad prefiere castigar, poner tiritas y jugar a la policía con listas interminables de reglas, que prevenir.

P: ¿Cómo podemos dar marcha atrás?
R: No me cabe duda que, dentro de unos años, la generación que ha nacido en la era digital se rebelará contra la dictadura que se le ha impuesto desde la cuna. Todos los seres humanos tienen derecho a estrenar la realidad offline antes de hacerlo online.

P: Curiosamente, los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas.
R: Sí. Ellos tienen los medios económicos para pagarse el lujo de las relaciones interpersonales. Mientras tanto, sus empresas digitalizan las aulas de los colegios americanos públicos en EEUU y exportan dispositivos en países en desarrollo. El argumento de la brecha digital -según el cual el acceso universal a la tecnología es la respuesta para reducir las desigualdades socioeconómicas- es una mentira. Los estudios demuestran más consumo abusivo de tecnología en los colectivos desfavorecidos.

P: ¿Por qué se introducen las tabletas en las aulas cuando los niños ya están todo el día frente a las pantallas?
R: Porque es símbolo de progreso y modernidad. Hace poco, le preguntaron al primer ministro de Canadá por el motivo de una política concreta, y la repuesta fue «es que estamos en 2019». Con esa lógica, no hay que demostrar el mérito de absolutamente nada. El hecho de la novedad se convierte en un argumento de por sí. Pedir a los maestros que acepten acríticamente todo lo que deriva del ciclo de la obsolescencia tecnológica, cada vez más corto, es convertirles en esclavos de la modernidad. La innovación es un concepto comercial, no educativo.

P: El uso de los móviles también hace que maduren antes y que pierdan la inocencia. Hay niñas de 12 años vestidas como si tuviesen 16.
R: Eso era hace 5 o 10 años. Ahora en Instagram, muchas de ellas ya ni llevan nada, van desnudas. No son los niños que viven en una burbuja, somos los padres respecto a lo que ellos hacen online.

P: Eres muy combativa con este tema, ¿has recibido alguna presión o sugerencia por parte de los gigantes tecnológicos?
R: He recibido varias ofertas de «colaboración como experta» por parte de varias empresas tecnológicas, entre ellas dos gigantes de la industria. En los dos casos proporcionaron ‘sugerencias’ para hacer el trabajo: mi planteamiento debía ser amable y positivo respecto al uso de la tecnología en la infancia. Les dije que no necesitan a expertos, sino a gente complaciente con su modelo de negocio. Por desgracia, muchos «expertos» en los que confían los padres se prestan a este juego.

P: La educación era antes cosa de la tribu. Ahora, si a un adulto se le ocurre llamar la atención a un menor, se le cae el pelo.
R: El sentido común y la solidaridad, dos principios robustos de las sociedades humanas, son cada vez más escasos. Quizás porque expresamos cada vez menos nuestra humanidad.

P: ¿Por qué nos cuesta tanto poner límites?
R: Porque confundimos juzgar o condenar con discernir. Por una «tolerancia» mal comprendida, hemos renunciado a llamar las cosas por su nombre. El resultado educativo es una catástrofe.

P: Lo cierto es que hay una enorme permisividad. Niños de 12 o 14 años que pueden llegar a casa de madrugada. ¿Es eso positivo para los adolescentes?
R: El niño necesita tiempo con sus padres, y si no lo tiene, se busca la vida fuera de casa, o en su cueva digital. Y si no le dedicamos las horas que necesita cuando toca, acabaremos dedicándolas resolviendo problemas más graves. La adolescencia no es una enfermedad, y tampoco tiene porque ser un suplicio, lo que ocurre es que se convierte en una pesadilla cuando no hay inversión de tiempo suficiente en la etapa previa.

P: Como madre de cuatro hijos, cuéntame cuáles son las tres reglas básicas que aplicas con ellos.
R: La primera regla es la de tener pocas. La segunda es de tener un entorno que no obliga a tener muchas. La última es que todo lo que tenemos y hacemos en la vida tiene que tener sentido. Cuando mis hijos me piden algo, siempre les pregunto «¿qué sentido tiene eso?». Si son capaces de articular una respuesta, entonces adelante. Si no, saben que no lo necesitan. En educación, nada es neutro. Educar no es «ir tirando», es buscar la excelencia, el sentido y la belleza.

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