ANA ROA | 04/12/2016 | EL MUNDO Sapos y Princesas

Puede ser interesante pararse a pensar y hacer una lista de las cualidades positivas de nuestros hijos. A veces estamos demasiado pendientes de lo que hacen con más dificultad y perdemos de vista las cosas interesantes, bonitas, inteligentes y amables.

Una sonrisa o decirles que te gusta cómo han hecho este trabajo son algunos de los mensajes positivos que podemos enviarles, en definitiva, es muy importante darse cuenta de lo positivo y expresarlo. Pero ¡cuidado! No se trata de elogiar por elogiar sin moderación ni motivo. Los elogios más eficaces son los que se refieren a actuaciones concretas, aquellos que ayudan al niño a desarrollar una mayor conciencia de lo que sí está bien y de lo que no está correcto.

Reconocer lo positivo de los niños les ayuda a sentirse bien con ellos mismos y les motiva a aceptar el esfuerzo que supone un aprendizaje, ya que están seguros de sus capacidades, no obstante, el elogio excesivo y sin propósito, en ocasionessuele provocar que el móvil de las acciones del niño deje de ser interno para pasar a perseguir la recompensa externa, con lo que la satisfacción de sentirse capaz de hacer algo bien y de haberlo hecho pasaría a un segundo término. De hecho, cuando reciben elogios en exceso empiezan a ser dependientes de la opinión de los demás y actúan correctamente cuando saben que existe una recompensa. Como adultos tenemos la creencia de que el elogio aumenta la autoestima, sin embargo el efecto puede ser contrario y en lugar de desarrollar la confianza y la seguridad en ellos mismos puede desembocar en una dependencia de las alabanzas.

Los niños «adictos a los elogios» sufren una mínima tolerancia a la frustración, dependen de la aprobación de los demás y no quieren «correr riesgos», su deseo es moverse en terreno seguro, así seguirán recibiendo alabanzas y continuarán forjándose una imagen positiva de sí mismos un tanto ficticia. Como padres, es importante reconocer en nuestros hijos el esfuerzo, el interés y la dedicación a determinados asuntos (actualmente la «cultura del esfuerzo» parece haber caído en el desuso), en lugar de decir: «¡eres un genio tocando el violín! sería interesante decir: «¡qué bien suena!, ¡se nota que has practicado!…

Un estudio con resultados interesantes sobre este tema fue el realizado por Joan Grusec (Universidad de Toronto) con niños de ocho a nueve años a quienes se les consideraba muy generosos y eran continuamente elogiados por ello. Estos niños desarrollaron tolerancia a la alabanza y necesitaban cada vez mayores dosis, se convirtieron en «adictos a los elogios»; cada vez que los niños escuchaban «palabras bonitas de su persona» manifestaban menos conductas de generosidad hacia sus compañeros.

Una de las grandes alegrías de la infancia es descubrir algo nuevo y saberse capaz de hacer algo por sí mismo. Los elogios en exceso pueden hacer que el niño pierda el placer y el orgullo de disfrutar de sus propios logros. Resulta imprescindible animarles a tener iniciativas y a hacer cosas por su cuenta comentándoles cuáles son sus fortalezas y debilidades y cómo convertir estas últimas en fortalezas, ellos lo agradecerán en el futuro.

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