RUTH ALFONSO ARIAS​​ – 18 DIC 2019 – EL PAIS

Nuestros hijos no aprenden nada de lo que les enseñamos. Aprenden de nosotros.​ Los niños siguen nuestros pasos, cada día podemos enseñarles algo. Los niños nos observan todo el rato.

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Hace unos días, mientras mi hijo contaba un altercado que había tenido lugar en el colegio, puse atención en cómo abría sus ojos, su mirada es siempre ingenua, fiel reflejo de la curiosidad e interés que siempre tiene por aprender, atento, esperaba mi respuesta, y reacción a lo que estaba contando. Esa mirada de niño, que como adultos algún día perdemos, es la que tienen puesta en nosotros todo el día. Los niños nos observan todo el rato.

Como adultos estamos siempre pendientes de lo que decimos o cómo lo decimos. Pero en ocasiones nos olvidamos de lo que hacemos y, sobre todo, olvidamos que la palabra convence, pero el ejemplo arrastra. Los niños siguen nuestros pasos, cada día podemos enseñarles algo: cuando cruzamos de manera adecuada por un paso de cebra, cuando somos tolerantes o respetamos la naturaleza.

Si te pidiera que elaborases una lista con todas las cualidades o habilidades para que tu hijo fuese feliz y competente el día de mañana en esta sociedad, ¿por qué cualidades te inclinarías?

Probablemente pensarías en valores como la empatía, la capacidad de autocontrol, la tolerancia a la frustración, el respeto a sí mismo y a los demás, la amabilidad o la honestidad, entre otros.

Y ahora trata de reflexionar sobre ello… ¿cómo es posible que los niños aprendan a ser todo lo que consideremos necesario para ser un adulto feliz y competente en esta sociedad, si nosotros como adultos no mostramos respeto, capacidad de empatía, no somos honestos con ellos o no mostramos tolerancia a la frustración?

Como dice Mar Romera, maestra y experta en Educación Emocional: “Los niños no aprenden nada de lo que les enseñáis. Os aprenden a vosotros”.

¿Cómo podemos afrontar estos valores con los niños?:

La empatía: Reflexionando con los niños acerca de cómo pueden sentirse los demás ante determinadas actuaciones o como se sentirían ellos si alguien les hiciese algo que no le gusta. Las experiencias reales siempre son más efectivas, de modo que si demostramos a los niños que somos capaces de escucharles sin juzgarles, teniendo en cuenta su punto de vista, poniendo nombre a lo que sienten, comprendiendo y validando su enfado, será más probable que desarrollen este importante valor.

Capacidad de autocontrol: ante una rabieta o un conflicto cuando lo más fácil es “unirse al caos”. Hoy sabemos de la existencia de las neuronas espejo, a través de las cuales nos contagiamos del estado emocional del otro. Cuando estamos alterados es muy difícil que un niño permanezca tranquilo. Nuestra calma es fundamental para acabar con el tsunami emocional en el que se han sumergido, de ahí surge la necesidad de trabajar con nosotros mismos para poder transmitir a nuestros hijos la habilidad de la autorregulación. Una habilidad indispensable en la vida.

Frustración: cuando algo no sale bien tenemos la opción de estallar o la posibilidad de atajarlo de otra manera pensando en lo bueno que podemos obtener de esa situación. El mensaje que podemos trasladarles es que no podemos controlar todo lo que nos pasa, pero lo importante es que puedo controlarme a mí mismo. Si nos encontramos en la fila de un supermercado con nuestros hijos y surge algún problema, podemos estallar, enfadarnos con la situación o tratar de llevar ese momento de la mejor manera posible.

Honestidad: es necesario ser honesto con ellos y con nosotros mismos. Los niños y los adultos nos equivocamos y no hay nada malo en ello. Por tanto, es necesario que los adultos pidamos perdón por nuestros errores, de lo contrario transmitiremos la idea a los niños de que podemos dañar a otras personas sin que pase nada. Cuando pedimos perdón mostramos que somos capaces de ponernos en su lugar y que tenemos en cuenta sus sentimientos.

Respeto: respeto hacia los niños, pero no menos importante el respeto hacia nosotros como padres. ¿Cómo? Estableciendo límites, no permitiendo agresiones, estableciendo y no negociando lo que es importante para nosotros, cumpliendo lo que decimos… Evitando las luchas de poder y no permitiendo que aflore nuestro cerebro más primitivo, y sin recurrir a los chantajes, amenazas y gritos; si los respetamos, serán capaces de respetar el día de mañana y además aprenderán a no tolerar las faltas de respeto. El autocuidado como padres también es vital. Los niños no necesitan padres perfectos, necesitan padres felices, reales que se sientan bien consigo mismos, dejando atrás el sentimiento de culpa e insuficiencia que en ocasiones aflora en nosotros.

Y así podríamos continuar elaborando una larga lista para llevar a cabo la fundamental tarea de educar, sin olvidar que “educar es más difícil que enseñar porque para enseñar se precisa saber pero para educar se precisa ser” (Quino).

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